¿Les parece una gilipollez? ¿Una gilipollez como un piano? Pues ustedes y nosotros hacemos algo muy parecido todos los días en el trabajo con población en riesgo.
Constelaciones familiares, mindfulness, Jodorosky y la psicomagia, inteligencias múltiples, risoterapia, aromaterapia o flores de Bach, homeopatía, el Reiki, el librillo de cada maestrillo; no leer las investigaciones basadas en evidencias científicas pero sí la opinión de fulanito o zutanita en la Contra de la Vanguardia, en el libro de autoayuda aquel que estaba de oferta en La Central, o en la conferencia que organizó la empresa o la fundación o la asociación de turno, donde un señor afable con muchos años de experiencia y unos cuantos libros y artículos que jamás pasarán el corte en revistas de ámbito científico educativo, viene a recetarnos qué oscuras fuerzas inciden en las relaciones familiares y cual es su receta..., todo eso es lo que luego llevamos al campo de la intervención social. Y, claro, NO FUNCIONA.
Lo que funciona de verdad es lo que ha pasado un riguroso control científico, de gente seria, no la aprobación del cuñado de quien inventó determinada payasada mientras estaba cagando en el trono del rey Moisés.
En Aldeas Infantiles, de un tiempo a esta parte, se han puesto de moda las inteligencias múltiples. Comparten espacio pseudocientífico con un Marco Lógico mal planteado y de cuando reinaba Carolo III; también, con ese burdo intento de Francesc Torralba de meter la superchería en forma de espiritualidad, y con las «dinámicas» (en realidad son técnicas) emocionales, que sospechamos, porque aún no hemos comprendido su fundamento, se utilizan para que quienes cobran la miseria de la PIRMI, sufren violencia estructural, intrafamiliar, de género, falta de oportunidades laborales y de estudios, y un largo etcétera, hablen de sus «emociones»... Como si fuera esto lo prioritario y no superar esas desigualdades.
Pero para que se superen las desigualdades hay que apostar por actuaciones que ya han demostrado su validez, porque logran avances independientemente de si la familia se apellida Vargas, Muñoz o Garriga. Un ejemplo de actuaciones de éxito, son las tertulias literarias dialógicas. Sus logros están ahí, pueden consultarlos.
Y, sin embargo, en muchas entidades se sigue apostando por algo que no posee evidencia alguna de que vaya a dar resultados. Así que, aquí estamos, en un sector que, además de actuar en general con excesiva cobardía e insolidaridad, lleva haciéndose las mismas preguntas desde hace décadas sin obtener avances: «¿Cómo podemos lograr que estén motivados para el estudio?», «¿Por qué ese comportamiento violento?», «¿Cuál es la causa de esta pérdida de valores?», «¿Es que las familias prefieren seguir como están o es que les da igual?», son las habituales que deberíamos tatuarnos en el brazo, de tanto que las repetimos.
Factores clave en nuestra intervención son las expectativas que tenemos en la gente con la que trabajamos y nuestra responsabilidad como profesionales para no limitar con nuestros fantasmas el futuro de una población ya castigada de por sí. Es decir, si no somos deportistas pero trabajamos con niños y sabemos que todos los estudios en la materia ofrecen datos que el deporte es imprescindible para un mejor desarrollo personal y social del individuo, tenemos que trasmitir la pasión por el deporte o, si no, reciclarnos en vendedores de naranjas. Y si no tenemos ni puñetera idea sobre cómo ayudar a alguien, tenemos que buscar información acudiendo a fuentes contrastadas, y ese tiempo tiene que constar como tiempo de trabajo. Seamos serios.
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Cambien «maestro Karamba» por profesional de la Intervención Social y estarán ante su espejo. |
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